Autor: John Kennedy Toole.
Título original: A confederacy of dunces.
Fecha de publicación: 1980.
Editorial española: Anagrama.
Editorial española: Anagrama.
Calificación:
“Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede
identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”.
Con esta cita de Swift se inicia una novela delirante, cuya
historia es casi tan fascinante como la que narra. Fue escrita a principios de
los años 60, pero no sería publicada hasta casi veinte años después tras la
muerte de su autor, John Kennedy Toole. Éste novelista, natural de Nueva
Orleans, escribió solamente dos novelas en su corta vida, ‘La Biblia de neón’ y la que
nos ocupa. Se suicidó en 1969 con una manguera enchufada en tubo de escape de
su coche a los treinta y un años, sin haber conseguido publicar ninguna de las
dos. ‘La conjura de los necios’ no sería publicada hasta 1980, gracias a la
insistencia de su madre, y recibiría el Premio Pulitzer al año siguiente.
Es difícil explicar de qué trata exactamente ‘La conjura de
los necios’. De hecho, varios de los editores que rechazaron el manuscrito de
Toole dijeron que la novela no trataba de nada. En realidad, se me ocurre que ésta
novela podría compararse en ciertos aspectos con el universo de los hermanos
Coen en general, y con ‘El gran Lebowki’ en particular. El argumento (un
personaje contrae una deuda de forma inesperada y debe encontrar trabajo para
poder pagarla), es simplemente una excusa para mostrarnos una galería de
personajes esperpéntica, patética e irritante, pero también entrañable. Aunque
el verdadero eje de la novela es su protagonista, un personaje grotesco e inolvidable
llamado Ignatius Reilly. Un hombre obeso y misántropo, aspirante a
medievalista, que a sus treinta años vive con su neurótica mientras escribe en
blocs de notas la que, según él, será su gran obra.
La novela está narrada en tercera persona a través del punto
de vista de distintos personajes, cada uno con su capítulo. Los distintos
personajes son todos habitantes de Nueva Orleans, ciudad donde transcurre la
historia y que podría considerarse casi un personaje más. Aunque por la
historia desfilan personajes muy diferentes, desde un agente de policía hasta
un delincuente juvenil, desde una stripper hasta un millonario, a todos ellos
les une la desgracia de toparse con Ignatius Reilly, un auténtico esperpento
con patas, un colgado con delirios de grandeza que no hace más que meterse en
problemas y meter en problemas a cuantos le rodean.
Al mismo tiempo, la novela también nos muestra fragmentos
del diario de Reilly, lo cual nos permite asomarnos a la mente de éste
perturbado personaje, que siente que debería haber nacido en la
Edad Media , para él, época dorada de la Cultura Occidental ,
antes de que ésta entrase en decadencia por culpa del Renacimiento y de la Ilustración. Considera
que lo único salvable que nos ha dejado la cultura posterior al Medioevo son
los poetas románticos y algunos cómics. Va al cine a ver ñoñas comedias
musicales sólo para escandalizarse ante la falta de pudor de las actrices y la
insoportable falta de “teología y geometría” de tan decadentes obras. Vive
obsesionado con un viaje en autobús que le causó problemas estomacales, y con una antigua compañera que hace años que no ve, de la cual sigue enamorado, pero que se empeña en odiar porque, en su delirio, la considera causa de todos sus males. Detesta
el capitalismo y la cultura del trabajo, ya que la considera degradante, y
aunque es un defensor a ultranza de los valores católicos, jamás va a misa,
pues considera que la Iglesia
entró en decadencia en el momento en que los papas abandonaron su autoritarismo. Sin embargo, todo esto no le impedirá cambiar de chaqueta varias veces a lo
largo de la novela, abrazar con entusiasmo trabajos de lo más variopinto y
encabezar marchas por los derechos de los negros o de los homosexuales, movido únicamente
por su desmesurado complejo mesiánico. Por supuesto, se considera una mente privilegiada, odiado y envidiado por todos los necios que le rodean, haciendo así suya la cita de Swift con la cual se inicia la novela.
Tal vez a algunos personajes secundarios les sobra algo de
protagonismo, y el humor del autor en algunos casos de pasa de chorra (como en
el caso del agente Mancuso o de la stripper tontita), pero es una novela
realmente adictiva, extraña e imprevisible. A pesar de su humor disparatado,
esconde algo de amargura y misantropía, como se aprecia a veces en cierto
desprecio hacia algunos personajes (como el de la madre, sus amigos y a veces el propio Ignatius), con
los cuales el autor se regodea en su patetismo. Esto podría ser producto de la
personalidad depresiva y autodestructiva de Toole.
Monumento, tal vez demasiado delgado, de Ignatius Reilly en Nueva Orleans.
En cualquier caso, conviene leer la novela con cuidado, el
personaje de Reilly está también escrito que el autor consigue que nos metamos en
su cabeza y acabemos casi pensando como él.
Si Ignatius Reilly fuese un personaje real y viviese en la
actualidad, no me cabe duda de que sería uno de esos estrafalarios twitteros políticos
que no sabemos muy bien si escriben en broma, en serio o bajo la influencia de
alguna sustancia psicotrópica. Y es posible que también colaborase en ésta web,
escribiendo breves reportajes (aunque según él, muy profundos), insultando
despiadadamente a aquellos foreros que se atreviesen a valorarlos negativamente
y, por supuesto, despreciándonos a todos.
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