Director: Harmony Korine
País: EEUU
Actores: Selena Gomez, Vanessa Hudgens, Rachel Korine, Ashley Benson, James Franco, Heather Morris, Emma Holzer, Ash Lendzion, Josh Randall, Gucci Mane.
Año: 2012
Duración: 92’
por Mary.
Los años en la factoría Disney son duros y marcan a cualquiera, eso seguro. Pero tener ese pasado no es razón para aceptar cualquier papel que te propongan después. Justin Timberlake o Ryan Gosling fueron compañeros de Mickey Mouse y ahora, sobre todo el canadiense, tienen una carrera solvente, con mejores y peores títulos. Otro ejemplo es Zac Efron, que ahí está intentando hacerse un hueco para que le tomen en serio como artista. (Esta semana estrena en España Amor y letras, de Josh Radnor, y en The Paperboy, junto a Nicole Kidman).
En cambio, Vanessa Hudgens y Selena Gomez se han tomado muy en serio lo de quitarse esa etiqueta. Y con un bodrio de las dimensiones de Spring Breakers, junto a las otras jóvenes actrices Ashley Benson y Rachel Korine, que sinceramente, no hay por donde cogerla. ¿Su director Harmony Korine estaba de broma? ¿Esta película era una escusa para volverse a correr sus -seguramente- añoradas juergas de veinteañero?
El argumento pende de un finísimo hilo: unas universitarias se van de vacaciones de Semana Santa (lo que se conoce como Spring Break), y a las mozas se les va un poco de las manos. Les acompaña en esta incongruente andanza James Franco, haciendo del traficante “Alien”, en uno de los papeles más bochornosos de la última década. Además de resultar vomitivo, es poco creíble con ese atuendo exagerado y esa casa tan hortera. Y esos gemelos, que tienen pocos planos pero son para echarles de comer aparte.
No estoy en contra de las juergas universitarias, al contrario, son justas y muy necesarias para cualquier individuo, pero hacer una película a base de planos repetitivos de la playa, (doy fe que uno se repite cinco veces), estética choni, y comportamientos absurdos y secuencias eróticas de vergüenza ajena no procede y no aporta nada nuevo. Para este estilo de cosas ya tenemos obras maestras en la pequeña pantalla, como Gandía Shore.
Una vez visionada semejante joyita hay que dirigir unas palabras a cada uno de los involucrados:
- Querida Britney, seamos fans o no tuyos, no te mereces tal homenaje.
- James, recuerda a tus seguidores que vuelvan a ver Me llamo Harvey Milk y así recuerden tu “savoir-faire” como actor.
- Selena, no es mi intención meterme en tu vida privada, pero seguramente hasta estabas mejor con Justin Bieber. Es un descafeinado, sí, pero hasta sus banales letras se entienden mejor que este guión.
- Ashley, Vanessa, Rachel, y Selena de nuevo, tranquilas, todos hemos cometido errores. Sois jóvenes, tenéis una carrera por delante.
- Querido Harmony, te respeto, pero hay otras vías igual de transgresoras y de calidad para crear una oda al nihilismo.
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SPRING BREAK FOREVER, BITCHES!
por Serdna.
Hace ya un par de semanas, dos miembros del Staff tuvimos la oportunidad de asistir a la premiere en Madrid de Spring breakers, la última película del director Harmony Korine. Antes de añadir nada más, creo que es necesario aclarar quién es este señor. El bueno de Korine es sin duda uno de los directores más estrafalarios del panorama actual. Debutó como guionista de Kids, de Larry Clark, con poco más de veinte años y poco después comenzó una intensa pero poco prolífica carrera como director que hasta ahora sólo ha dado cinco películas, además de varios cortos y videoclips.
Como alumno aventajado del viejo verde de Clark, y teniendo en cuenta que ambos comparten una temática similar, la comparación entre los dos es inevitable. Ambos comparten cierta obsesión por la juventud descarriada, rayando casi en el fetichismo morboso, abordando sin pudor (de hecho, cayendo prácticamente en el sensacionalismo y la pseudo-pornografía) temas como el sexo, la violencia y la drogadicción en menores. También los dos comparten, en lo formal, un estilo cercano al videoclip y el documental. Los parecidos terminan ahí.
Ya en Gummo, su primera película
como director, demostró que, a diferencia de Clark, Korine no está interesado
en retratar la realidad marginal de delicuencia juvenil y drogas, sino en deformar
esa realidad, llevarla a sus extremos más grotescos y, de alguna manera,
convertirla en algo propio, tan personal como estético, aunque tremendamente
incómodo y enfermizo. Gummo es, básicamente, un catálogo de horrores. Y sus
siguientes películas no se quedan atrás. Su segunda cinta fue Julien
Donkey-Boy, una película Dogma sobre una familia con problemas en la cual
aparecía nada menos que el director Werner Herzog haciendo de padre
maltratador. Después vendría Mr. Lonely, considerada de forma casi unánime su
cinta más digerible, sobre una especie de camping de personas que imitan a
famosos. Su cuarta película, y la más extrema, fue Trash Humpers, una cinta
rodada cámara en mano que sigue las andanzas de dos trastornados con caretas de
goma que se dedican a, atención, ¡practicar sexo con contenedores y bolsas de
basura! En definitiva, estamos ante un director con una breve pero intensa
filmografía a quien más que indie podríamos considerar, directamente,
underground.
Pues bien, el caso es que, de
algún inexplicable modo, este señor a quien hasta hace no mucho sólo conocían
unos pocos y que en parte era considerado, muy injustamente, una especie de
imitador del ya de por sí minoritario Larry Clark, ha conseguido que su última
película, la que hoy nos ocupa, esté protagonizada por estrellas juveniles del
Disney Channel y similares. ¿Y quién iba a decirle a decirle a este señor hace
unos años, mientras presentaba sus grotescos trabajos en oscuras muestras de
cine que algún día vendría a Madrid a presentar una película rodeado de
quinceañeras vociferantes? Desde luego, nosotros no. Y sin embargo, así sucedió
hace sólo unas semanas.
La noche del 21 de febrero, los
cines Callao se engalanaban para recibir a este puto tarado, acompañado por las
cuatro jóvenes protagonistas (una de ellas es su mujer). Korine vestía ropa
informal, que le daba un aspecto inquietantemente cotidiano (sí, este buen
hombre, de cuya mente salen niños travestidos o sociópatas folla-contenedores,
podría parecer vuestro vecino del quinto o el dueño de la ferretería de la
esquina). El cine estaba a punto de reventar, más del 80% de los asistentes
eran quinceañeras que gritaban los nombres de sus ídolos, especialmente de
Selena Gómez. Al evento acudieron los habituales famosetes trasnochados de
turno, como los actores de ‘UPA Dance’ (sí, siguen vivos). Y la maestra de
ceremonias fue la presentadora Raquel
Sánchez-Silva, que se encargó de presentar al director y a las actrices, así
como la película que, sin duda, no debía ni haber visto. Todo ello con un tono
empalagoso propio de una gala del Disney Channel, dirigiéndose constantemente a
las jóvenes y emocionadas espectadoras con comentarios como “¡Qué suerte tenéis
de ver esta peli tan pronto, aún queda casi un mes para que se estrene!” o
“Estáis a punto de ver a vuestras actrices favoritas en la peli, ¡seguro que
están estupendas!” El bueno del Korine, que sin duda se daba cuenta de que aquello
se estaba yendo un poco de madre, apuntó, algo apurado, que tal vez la peli no
fuera exactamente lo que esperaban ver… Y en efecto, no lo fue.
Lo que vino
después fue otro demencial descenso a los infiernos con marca de la casa. Una
historia oscura, nihilista y desasosegante con música de Britney Spears, sobre
unas chicas que van de vacaciones a Florida buscando fiesta desenfrenada y que
acaban metidas en una en una espiral de violencia que está muy claro a dónde
conduce. Es posible que leyendo esta breve sinopsis penséis que la película es
una gamberrada violenta y con mala leche (y en efecto, lo es), pero que los
adjetivos “oscura, nihilista y desasosegante” pueden quedarle algo grandes. Sin
embargo, creo que definen bastante bien el tono de la película. Antes de nada, me parece que sería importante indicar que, como habréis deducido por el resumen anterior de la trayectoria cinematográfica de Korine, se trata de un director difícil de ver. Su cine es incómodo y difícil de ver. Y esta película no es una excepción. Está llena de música hortera y personajes que parecen salidos de un 'Callejeros meets Jersey Shore', y sin embargo, Korine consigue crear algo estético con ello, incluso poético, con un final absolutamente orgiástico y amoral, que viene a dar la vuelta a todas las películas de este tipo. En el universo de Korine, la violencia no tiene por qué estar justificada, ni al servicio de un bien mayor. Quien la comete no tiene por qué ser castigado, ni tampoco es redimido, ni aprende ninguna lección. Igual que hacía con Gummo, Korine nos enseña aquí una versión deformada y grotesca de la naturaleza humana, pero no busca condenar nada, simplemente asomarnos a un abismo muy inquietante y, aunque haya playas soleadas, chonis en top-less y música house, muy oscuro. Y todo ello con un humor muy negro y perverso. Desde el punto de vista estético, destacaría dos escenas especialmente grandiosas, una es el ultra-violento homenaje a Britney Spears, la otra, el salvaje e hipnótico clímax final.
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