Título: Stella Cadente: Cuando Amadeo de Saboya quiso modernizar España.
Director: Luis Miñarro (AKA Philip Random).
País: España.
País: España.
Actores: Àlex Brendemühl, Lola Dueñas, Lorenzo Balducci, Bárbara Lennie, Francesc Garrido, Àlex Batllori, Gonzalo Cunill, Francesc Orella, Jimmy Gimferrer, Rosa Novell, Gloria la Tortuga.
Año: 2014
Duración: 111'
Crítico: Serdna.
Puntuación:
Saludos, damas y caballeros, no he publicado ninguna crítica en esta web
desde hace casi un año, pero en este caso, la ocasión lo merece. La película
ante la cual estamos es uno de los engendros fílmicos más demenciales y
estrafalarios que he tenido ocasión de ver en bastante tiempo. Imaginad una película donde se mezclen todos los
defectos y ninguna de las virtudes de Garci, Sofía Coppola y David Lynch, y
os haréis una idea aproximada de las enfermizas proporciones de este delirio
cinematográfico.
La película trata sobre el breve reinado (de ahí el
título, “estrella fugaz”) del duque italiano Amadeo de Saboya, convertido en rey de España durante uno de los
periodos más convulsos del ya de por sí convulso siglo XIX español. La película
comienza con la llegada de Amadeo a España y termina con su abdicación, sólo
dos años después. Hasta aquí todo normal. Lo único inusual es encontrar una
película histórica española que no trate sobre la Guerra Civil o el franquismo.
Pero no os emocionéis, si os gusta la Historia y la premisa os parece interesante,
esperad a leer un poco más… los escasos exteriores de la película están rodados en el impresionante Castel del Monte, un
castillo medieval italiano, que en este caso pretende ser el palacio del rey
Amadeo en España. El presupuesto de la cinta es mínimo, apenas aparecen una
decena de actores, de los cuales al menos la mitad salen haciendo bulto en
alguna habitación en un par de escenas. Los únicos personajes con diálogo,
además de Amadeo y su mujer, son su secretario personal, su criado (el único
que tiene en el palacio, por lo visto), el general Serrano, un obispo y la
cocinera, interpretada por Lola Dueñas. Seguro que el director y los únicos dos actores que aparecen en los exteriores, se lo pasaron muy bien yendo un fin de semana a la región italiana de Apulia, para rodar los planos del castillo de minuto y medio. Es posible que la subvención de la Generalitat se la puliesen en eso.
Amadeo de Saboya en el funeral de Prim durante el prólogo de la película.
En cualquier caso, tanto si en un
arrebato de demencia decidís ir a verla, como si vais a seguir leyendo esta
crítica, olvidaos de todo lo que sepáis del personaje histórico y
dejaos llevar por las locas, locas
aventuras erótico festivas de este Amadeo de Saboya.
La crítica incluye todo tipo de spoilers
Stella Cadente: Una
ida de olla con Amadeo de Saboya.
Stella Cadente cuenta la historia de Amadeo de Saboya, un señor
vegano que vive en un castillo, habla en catalán y le gustan los conejos, los
tiene atados con un lacito y cada noche ordena a su secretario que los desate.
Pero no os vayáis a pensar que lleva una vida plácida, ni mucho menos. Tiene un
criado que parece un poco corto y que se empeña en servirle carne. Amadeo
rechaza su asado, lo cual provoca el disgusto del criado. Este criado, como
iréis viendo, es un poco rarito. Por ahora, baste decir que le gusta afeitarse
el vello púbico con una cuchilla en forma de crucifijo a la luz de un
candelabro en una despensa llena de salchichón. El caso es que Amadeo tiene una
colección de joyas, que más bien parecen mini consoladores brillantes, y
disfruta mucho admirándolas. Pues bien, ¡el hijo de puta del criado se dedica a
chupeteárselas como venganza por rechazar sus guisos de carne! ¿Se puede ser
más cabrón? Se puede, ya lo veréis.
El caso es que Amadeo, sólo en su
castillo, pues se aburre. De vez en cuando se pasea por su alcoba Lola Dueñas
en bolas, pero él no presta atención a eso, prefiere admirar sus joyas cutres
chupeteadas por el guarro del criado. Los putos criados tienen tela. Se dedican
a montar raves en la despensa de los salchichones por la noche, donde no faltan
señoras con peineta y gallinas. Al pobre Amadeo no le dejan dormir, baja a ver
qué coño pasa pero no puede ver nada con tanto salchichón.
Como podéis ver, la vida de
Amadeo no es de color de rosa, pero aun así él es un hombre optimista y lleno
de energía, que está dispuesto a modernizar el país. Tiene más propuestas que
Podemos, pero el general Serrano y sus ministros no le hacen caso, además caen
bombas cerca del castillo y a Amadeo le da diarrea de vez en cuando. Pero él lo
sobrelleva bien, se consuela proyectando sombras en la pared y cantando.
Llegados a este punto de la
historia, se produce una sorprendente revelación. Resulta que Alfredo, el
asistente e intérprete de Amadeo (recordad que, como Amadeo viene de Italia,
sólo habla catalán), que parece siempre muy atento y muy leal a su rey, se
dedica en sus ratos libres a hacer unas guarrerías peores todavía que las del
puto criado. Bajo el comprensible pretexto de estar construyendo una choza en
el jardín, para que el criado pueda bailotear sin pantalones junto a ella, el
muy cerdo se dedica a agujerear melones, masturbarse con ellos a ritmo de ópera
y servírselos después a nuestro amigo Amadeo en el postre. ¡Menudo bellaco!
El rey con su secretario, ajeno a los horrores que perpetra en el jardín.
La vida de Amadeo, mientras
tanto, transcurre con normalidad. Echa de menos a su mujer y le gustaría que
los políticos le dejasen gobernar un poco, pero se entretiene como puede. Mientras
Amadeo es feliz dándose baños, entrenando con su sable y acariciando una
tortuga enjoyada, el cabrón de Alfredo se dedica a continuar mancillando la
fruta del rey. Le volvemos a ver en otra escena ofreciéndole melón, con el cuál
posiblemente se ha vuelto a pajear, y en otra ocasión le vemos manipulando
sospechosamente unos limones, que posteriormente le sirven a Amadeo acompañando
unos percebes (ni pensar queremos cómo debió quedar de escocido el tal
Alfredo). Ahora empezamos a entender los problemas grastrointestinales del
monarca, con tanta fruta enlefada, normal que le de cagalera. El caso es que el
exceso de semen en su organismo acaba afectando a la sexualidad del pobre
Amadeo. Tan pronto le da por besar al obispo como tiene un sueño erótico con
Lola Dueñas en el que ambos compiten a ver quién pela los puerros más rápido
(No, no estoy usando una metáfora sexual. Es literal, pelan puerros). Total,
que el hombre está hecho un lío y le da por saltar por la ventana en plena
noche y correr por el jardín en camisón. Y todo por culpa del hijo de puta de
su secretario, Alfredo el Follafrutas.
Y en estas circunstancias termina
el primer acto de la película. Sí, ¿qué os pensabais? Ésta es una película con
solera, con sus dos actos como Dios manda, como si de un Barry Lyndon ibérico se tratase. El drama de nuestro héroe, Amadeo,
continúa al comienzo del segundo acto, aunque ahora parece que la fortuna
comienza a sonreírle. En medio de la fuerte crisis psico-sexual que padecía,
entra en escena su mujer, María Victoria, que viene desde Italia para estar con él. ¡Qué bonito! Desde que ella llega, el corazón de Amadeo se regocija. Se sientan juntos sin decirse nada, en diferentes posturas, pero se les ve muy felices. Amadeo mira las estrellas y suena música pop. La alegría ha vuelto al
castillo de Amadeo. Pero como podéis imaginar, la alegría no dura mucho. Tenía
que meterse de por medio el cabrón de Alfredo, y en este caso, lo hace
literalmente. Mientras están Amadeo y su señora en la cama, el secretario real
llega y se tumba entre ellos. No les hace nada, pero si el Follafrutas se tumba
entre medias de una pareja, está claro que algo malo les va a pasar, porque un
tío que copula con cítricos tiene que ser cenizo por narices. Y efectivamente,
todo se empieza a ir a pique cuando Amadeo le pide a su mujer que le cuente un
cuento. Ella prefiere no hacerlo, porque la última vez que lo intentó, acabaron
discutiendo. María Victoria reconoce que no sabe contar cuentos ni afeitar,
pero Amadeo la quiere igual.
Los reyes Amadeo de Saboya y María Victoria dal Pozzo, intercambiando cromos.
El caso es que ella le echa en
cara que es un blando y además tiene miedo de que la gente al final se harte de
ellos y los fusile, así que hace las maletas, le deja una nota y se vuelve para
Italia mientras Amadeo se dedica a dar discursos ante gente inexistente y
acariciar tortugas. Cuando nuestro desdichado amigo ve la nota, su mente ya de
por sí frágil hace ¡catacrocker! Se pone a bailar como si no hubiera un mañana
y en su mente suena música pop setentera italiana, rollo Raffaella Carrà.
¡Pobre Amadeo! Sólo dos criaturas podrán paliar su soledad: Lola Dueñas y un
pavo. Pero no es un pavo cualquiera, es un pavo mágico que se teletransporta.
La verdad es que no hace gran cosa por ayudar a Amadeo en su depresión, pero es
gracioso. Lola Dueñas, en cambio, sí que hace… bueno, o lo intenta. Entra en la
alcoba de Amadeo pidiendo guerra y él, que se siente muy solo, pues no le dice
que no. Ya se sabe, un clavo saca a otro clavo. Pero su pasión es breve, pues
topa con un obstáculo de tipo técnico con el que no contaban: ¡los botones del
pantalón de Amadeo no se desabrochan! Así que el pobre hombre se queda con las
ganas.
El que no se queda con ganas de
nada es el puto Follafrutas, que no sólo se cepilla a Lola Dueñas sino que
además, en un sorprendente y hábil giro de guión, ¡resulta estar liado con el
criado que chupaba las joyas de Amadeo! Esto es algo que tal vez el espectador
avispado ya sospechase. ¡El secretario del rey y el criado estaban
compinchados! mientras el primero se pajeaba con la fruta, el segundo se
encargaba de que ésta llegase mancillada a la mesa del rey. Todo formaba parte
de un plan homosexualmente urdido para que el monarca tomase lefa de postre
todos los días.
Pero bueno, no hay mal que por
bien no venga y mientras los dos conspiradores dan rienda suelta a su pasión
(el director no nos escatimará unos primerísimos planos de pollas), por lo
menos dejan en paz al bueno de Amadeo, que aunque no puede desabrocharse el
pantalón, por lo menos alegra sus días ensayando obras de teatro con Lola
Dueñas.
Al final, una bomba explota en el
castillo. Pero una bomba muy rara que ni destroza las paredes ni nada, lo único
que hace es matar al Follafrutas de los cojones. Esa misma noche, Amadeo sueña
que se disfraza de loro y que la tortuga es Dios. Después de eso, abdica y
vuelve a Italia. La película termina con unos títulos de crédito a lo Buckaroo
Banzai en los cuales aparecen todos los protagonistas haciendo chorradas,
bailando y poniendo muecas. Nos enteramos de que la tortuga de la película se
llama Gloria y que interpreta a la Providencia.
En fin, un engendrito grotesco y
divertido, entre el delirio y la cara dura. Obra de un tío que no está muy
claro si es un demente con pretensiones artísticas o simplemente un cachondo.
El caso es que os podéis reír bastante con ella si la veis con la actitud
adecuada.
-Lo peor: Hacen referencia al
Reino del Piamonte y Cerdeña en 1871, cuando por entonces ya estaba unificado
dentro del Reino de Italia.
-Lo mejor: El pavo que se
teletransporta.
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