Título: Ojalá Estuviera aquí
Título original: Wish I Was Here
Director: Zach Braff
País: USA
Actores: Zach Braff, Josh Gad, Kate Hudson, Jim Parsons, Joey King, Ashley Greene, Mandy Patinkin, Donald Faison, James Avery, Michael Weston, McKaley Miller, Pierce Gagnon, Phill Lewis, Reese Hartwig, Bob Clendenin
Año: 2014
Duración: 110'
Crítico: Serdna
Valoración:
El nombre de Zach Braff posiblemente no
le dirá nada a nadie, pero este actor y director (más conocido por
formar parte del elenco de la serie Scrubs) es quien está detrás de
“Algo en común”, película de 2004, con Natalie Portman. Fue un
éxito del cine independiente de la década pasada, recibiendo
multitud de críticas elogiosas por parte de todos los medios. La
etiqueta de “nueva promesa” no tardó en ser adjudicada al señor
Braff, sin embargo, no ha vuelto a dirigir nada más hasta éste
mismo año 2014. La impresión general tras ver Ojalá estuviera aquí
es que la ¿esperada? continuación de su gran triunfo llega ya unos
cuantos años tarde.
Ojalá estuviera aquí es la historia
de un padre de familia cuyo mundo se tambalea debido a la enfermedad
de un ser querido, lo cual le lleva a replantearse su existencia, es
decir, su relación con sus hijos pequeños (estudiantes en un
selecto colegio religioso), su hermano (un inadaptado social), su
mujer (quien es acosada sexualmente en el trabajo) y finalmente,
consigo mismo y con su propia vocación frustrada como actor.
Tal premisa puede parecer poco original
y vista un millón de veces, dentro de este tipo de historias de
autosuperación sobre la familia y las segundas oportunidades. Y en
efecto, estamos ante una sucesión de tópicos constantes que no
aportan la menor novedad. Pues si en su debut Braff pudo haber dado
lugar a algo fresco y sorprendente, en su segundo largometraje el
resultado es justo lo contrario. Si bien el comienzo augura lo que
podría haber sido una comedia medianamente gamberra, no tarda en
derivar hacia el sentimientalismo y la babosería más facilona. De
hecho, no encuentro mucha diferencia entre esto y cualquier telefilme
de sobremesa de los que le gustan a tu abuela. Las ganas de potar
ante tanta cantidad de almíbal, desde luego son comparables.
Tengo la sensación de que el director
ha querido hacer una película sobre sus propias neuras personales, y
le ha salido un pastelón con toneladas de moralina “new age”, de
filosofía de anuncio de Aquarius sobre perseguir tus sueños y
disfrutar de las cosas pequeñas (y superficiales) de la vida. Una
espiritualidad de consumo fácil, una pseudo-filosofía de vida cuyo
principal reclamo es un optimismo del país de la piruleta, absurdo y
sin motivo… irse de acampada al desierto para mirar las estrellas,
conducir un cochazo, meterse de estrangis en piscinas, son tan sólo
algunos de los clichés habituales de este rollo.
El protagonista es el
típico treintañero frustrado, llorón y urbanita, que es la
principal franja de población afectada por este síndrome de la
espiritualidad de chichinabo, como lo es también el espectador medio
al que probablemente va dirigido el asunto. Aunque estamos ante un
título que no volvería a ver ni aunque me obligasen a punta de
fusil (y del cual las dos horazas que dura se hacen interminables,
con tanta postalita y tanta tontería), destacaría algunos aspectos
positivos: básicamente, salen por ahí unos rabinos viejos y
graciosos (debido a que la familia protagonista es judía) que se
divierten mirando vídeos de Youtube y ahostiándose con un patín
eléctrico por los pasillos de un hospital.
En defintiva, no creo que
lo nuevo de este señor merezca la pena en absoluto, y mucho menos
después de haber esperado tantos años desde su debut. Viendo una
obra tan sumamente simplona, sensiblera y artificial como Ojalá
estuviera aquí, está claro que a Zach Braff se le ha pasado el
arroz. “Ojala estuviera aquí” el señor éste… para darle un
par de collejas, se las merece por haber parido esta inmensa memez.