Título original: Goosebumps
País: Estados Unidos
Director: Rob Letterman
Actores: Dylan Minnette, Odeya Rush, Amy Ryan, Jillian Bell, Jack Black, Ryan Lee, Steven Krueger, Larry Mainland, Jeremy Ambler, Ken Marino, Halston Sage
Año: 2015
Duración: 103'
Crítico: Harkness
Puntuación:
Muchos de nuestros lectores recordarán la mítica serie de libros Goosebumps, más conocida en nuestro país como Pesadillas, una serie de novelas de terror dirigida a niños y pre-adolescentes, con títulos tan llamativos como Un día en Horrorlandia, La noche del muñeco viviente, Sangre de monstruo, Los espantapájaros andan a medianoche... el autor, R. L. Stine, fue en su momento lo más parecido a un Stephen King de la literatura infantil, un individuo cuyo humor podría ser considerado como bastante negro, que escribía sus novelas como churros y que acojonó a una generación entera de jóvenes lectores allá por los 80 y 90, hoy en día potenciales nostálgicos. Llegó a hacerse incluso una serie de televisión inspirada en los libros, de una calidad por cierto bastante discutible.
Y como la nostalgia vende, y no sólo eso, está a la orden del día, llega a nuestras pantallas una película como la que nos ocupa, un divertido homenaje a aquella serie literaria que convirtió al autor en todo un superventas (mérito tiene, sin duda, pese a lo tontorrón de sus historias, calcadas unas de otras la mayor parte de ellas). R. L. Stine aparece aquí personificado por la figura de Jack Black, quien deberá hacer frente junto con un grupito de chavales, de esos que se meten donde no deben, nada menos que a un ejércido de monstruos, fantasmas y demás seres surgidos de su propia y oscura imaginación, a los que un buen día les da por cobrar vida...
Como película, Pesadillas recoge el testigo del cine infantil y juvenil tan en boga en los ochenta (el primer título que se me viene a la memoria es Los Goonies, pero también, e incluso más todavía, el posterior en el tiempo Jumanji), ofreciendo aventurillas, fantasía y comedia con un punto de “terror” (esto último entre comillas, es decir, entendiéndose terror a modo de broma). Ni inventa nada nuevo, ni logra grandes resultados en lo que se propone, siendo una película más bien inocua y destacable, como mucho, para ver una tarde de sábado. El sentido del humor tampoco es nada especialmente destacable, como mucho puede considerarse simpático, autoconsciente y con cierto encanto, agradeciéndose la presencia de un impagable Black haciendo de R. L. Stine.
Los chavales cumplen y ya, pues lo que tienen entre manos no llegan a ser personajes propiamente dichos, sino una plantilla con los estereotipos habituales; no en vano la idea es llevar a la pantalla los mismos clichés y situaciones de los libros. Los gags más inspirados son, así pues, aquellos que parodian desde el respeto la obra de Stine (por ejemplo, el famoso giro final que introduce siempre al final de sus relatos). De entre toda la galería de invenciones macabras que pueblan sus páginas, nos quedamos con Slappy, un muñeco de ventrílocuo con vida propia y “con complejo de Napoleón” (palabras textuales) que se yergue como líder de todas las demás criaturas.
Lo más negativo que podría achacarse a ésta Pesadillas sería, a mi manera de ver, cierto exceso de sentimentalismo y una galopante falta de personalidad, pues tal vez podría haberse sacado más jugo de la mitología “pesadillesca”, de haberse renunciado a unos moldes demasiado convencionales, que por otra parte, no dejan de ser un peaje necesario dada la naturaleza de la propuesta. Un servidor, sin embargo, no ha podido evitar salir del cine con una cierta sonrisa nostálgica pese a todo, y eso que soy el primero en ladrar y ladrar contra el tremendo bombo dado a cualquier muestra de cine actual cuyo principal reclamo sea esa idea de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
¿Es cosa mía, o Slappy se parece un poco aquí a Ramón García?
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