Titulo: El cuento de la princesa Kaguya
Título original: Kaguya-hime no Monogatari
Director: Isao Takahata
País: Japón
Actores: Animación
Año: 2013
Duración: 137'
Crítico Colaborador: David Hidalgo
Valoración:
“Kaguya Hime no Monogatari”, aquí conocida
como “El Cuento de la Princesa Kaguya”, es el octavo y último
largometraje del meticuloso cineasta Isao Katahata, y producido por
el mítico Studio Ghibli. Este film no solo es emblemático por
méritos propios, sino también por dos razones.
La primera es que se trata de la película que
detonó que el Studio Ghibli clausurase su sección dedicada a
producir largometrajes de animación. ¿El motivo? Que, pese a una
excelente recepción internacional en cuanto a crítica y festivales,
tuvo un rendimiento muy pobre en la taquilla cinematográfica
japonesa, cosa que comportó muchos costes al estudio. Debido a este
fracaso comercial, y también a la retirada de Hayao Miyazaki tras
estrenar “El Viento se levanta” en 2013.
El segundo motivo que hace especial a este
largometraje está íntimamente conectado con el primero: muy
probablemente a raíz del batacazo que se pegó en taquilla, hemos
tardado nada menos que la friolera de casi TRES AÑOS en recibir “El
Cuento de la Princesa Kaguya” en nuestras carteleras. Porque sí:
el resto del mundo lleva viendo esta película en salas y en
certámenes cinematográficos desde el año 2013, incluyendo nuestros
vecinos galos. Por supuesto, se agradece que la distribuidora Vértigo
Films se haya decidido a apostar por traerla a nuestras carteleras
para estrenarla el próximo 18 de Marzo de 2016 pero, personalmente,
lamento profundamente que este estreno se produzca tan tarde.
Y lo lamento, no solo porque esto me ha
comportado verla con más demora de la que me hubiera gustado, sino
porque los espectadores españoles llevan casi tres años perdiéndose
una obra llena de hermosura y repleta de valores positivos.
Pero vamos al lío.
Inspirada en “El cuento del cortador de
bambú”, este film parte de un argumento relativamente sencillo: un
anciano cortador de bambú se encuentra en plena tarea, uno de tantos
días, cuando de repente, ante él brota de un bambú una hermosa
princesa. Asombrado, decide llevársela a casa para mostrársela a su
esposa, y la princesa se convierte en un bebé ante los ojos de
ambos. A partir de ahí, deciden adoptarla como su hija, y acaban
queriendo que viva como una verdadera princesa japonesa. Al crecer,
Kaguya desarrolla una belleza sin parangón, cosa que atrae la
atención de muchos pretendientes nobles, incluyendo el Emperador.
Sin embargo, la princesa Kaguya oculta más de un secreto…
Lo primero que llama la atención, al comienzo
de la cinta y tras los hermosos títulos de créditos iniciales, es
la técnica con la que está realizada la película. Y es que todo
está ilustrado a base de trazos gruesos, con una clara intención de
que la textura manual y las imperfecciones se noten (especialmente en
la gran pantalla). Esto es especialmente palpable en los primeros
planos y en las escenas más frenéticas, donde tienen lugar acciones
que transcurren a gran velocidad y la imagen se difumina entre
furiosos borrones.
Podría parecer que esto forma parte de una
puesta en escena simplista, especialmente si comparamos este filme
con cualquiera de los dirigidos por Miyazaki. Nada más lejos de la
realidad: Katahata es meticuloso hasta el punto de dedicar años a la
realización de cada uno de sus proyectos, y este perfeccionismo se
nota en cada uno de los fotogramas que componen “El Cuento de la
Princesa Kaguya”. Y no solo eso: también es un film con un montaje
calculado hasta el más mínimo detalle, donde cada nuevo plano
complementa perfectamente al anterior en un storytelling de lo
más preciso.
Se podría decir que la propuesta de dirección
de Katahata se basa en una falsa simplicidad, en una austeridad
autoimpuesta. Esto no solo es un ejercicio de estilo, sino que es
toda una declaración de intenciones. A fin de cuentas, la película
gira en torno a nuestra relación con la naturaleza, y cómo perdemos
una parte de nuestra humanidad al abandonarla en favor de la vida en
las capitales. Asimismo, también se habla sobre cómo conceptos como
poder, dinero, riquezas materiales o bienestar nunca podrán
rivalizar con conceptos emocionales como la felicidad, la
tranquilidad, la amistad, el amor o la paz espiritual. ¡Incluso se
tratan temas como el patriarcado propio del Japón feudal, con una
protagonista luchando por tomar sus propias decisiones en un mundo
repleto de dictámenes donde la mujer siempre está relegada a un
segundo o tercer plano!
Pero tranquilos, no hablamos de un film repleto
de moralina. En la mejor tradición de los cuentos clásicos, aborda
temas complejos con una sencillez (que no simplicidad) aplastante,
todo ello desde el realismo mágico: sucesos extraordinarios tienen
lugar en entornos de lo más reales y mundanos, sin que jamás se
cuestione el cómo ni el porqué. Y, siguiendo con los paralelismos
con la narrativa más pura (recordemos, los cuentos y las fábulas),
plantea una moraleja muy vigente, sin caer nunca en el
adoctrinamiento.
Y todavía no he hablado sobre el exquisito
tratamiento visual de esta película. La animación de cada personaje
es fluida e increíblemente expresiva, cosa que nos permite entender
en todo momento qué ronda por sus cabezas, así como reír, llorar o
enfadarnos junto a ellos a lo largo del film. Visualmente, Katahata
pone especial mimo en deleitarnos con unos encuadres que, de puro
paisajísticos, bien podrían exponerse por sí solos y fuera de
contexto en galerías de arte. Y, a nivel de narrativa fílmica, hace
mucho hincapié en el uso de los sonidos ambientes para crear un
mundo con vida propia, así como de los silencios para reforzar
momentos trágicos o angustiosos. ¡Y no me tiréis de la lengua con
la banda sonora del gran Joe Hishaishi, con temas que no podréis
quitaros de la cabeza en días o semanas!
Mi único “pero” es que se trata de una
cinta lenta; hay que tomársela con mucha calma, es el peaje a pagar
para disfrutar de todo lo que nos puede ofrecer en el camino. Y esta
lentitud resulta loable en su primera mitad, donde prácticamente uno
se quedaría a vivir con los personajes que aparecen, pero se
convierte en un lastre en una segunda mitad un tanto monótona.
Comprendo que la intención del cineasta es, precisamente, jugar a
mostrar un fuerte contraste entre ambas formas de vida, y cómo vive
este contraste la protagonista, pero lo que en ocasiones resulta un
recurso narrativo adecuado y que funciona bien, en otras simplemente
es una arritmia que resta puntos al conjunto.
Da igual. Apostad por este film: es una
alternativa necesaria a películas de animación basadas en el
consumo rápido y en los mensajes masticados, como “Kung Fu Panda
3”. Y, que conste que también soy capaz de disfrutar con cintas
como “Kung Fu Panda 3”; de hecho, ésta última me gustó. Pero,
mientras que ese tipo de filmes me entretienen y me satisfacen
momentáneamente, obras como “El Cuento de la Princesa Kaguya” me
emocionan, me hacen pensar y me aportan algo, tanto en lo
cinematográfico como en lo personal. Una apuesta arriesgada que
agradezco haber podido ver en pantalla grande. Aunque haya sido
tarde.
LO MEJOR: Prácticamente todo. Su impecable
guión, el mimo y atención al detalle que Katahata demuestra en cada
fotograma, su estilo y el preciosismo que desprende cada plano, la
memorable banda sonora, y, en general, lo arriesgada que es en muchos
sentidos.
LO PEOR: Ciertas arritmias que lastran el tempo
narrativo del film en su conjunto, y que quizás pierde algo de
fuelle una vez comienza toda la parte dedicada a la vida en palacio.
2 Comentarios somieriles:
No esperaba que llegara a los cines, sino que pensaba que en caso de llegar a España lo haría directamente en dvd, así que tengo muchas ganas de verla en pantalla grande.
Esta película me daba mucha curiosidad desde que vi el nombre y una ojeada al estilo de dibujo que brinda el poster de la película, pero gracias a la review ahora me siento seguro de darle un chance de ver.
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