Titulo: Toro
Director: Kike Maíllo
País: España
Actores: Mario Casas, Luis Tosar, José Sacristán, Ingrid García Jonsson, Claudia Vega, Nya de la Rubia, Ignacio Herráez, José Manuel Poga, Manuel Salas
Año: 2016
Duración: ____'
Crítico Colaborador: David Hidalgo
Valoración:
El thriller español está pasando por una etapa dorada desde hace muchos años. Y es que, en menos de una década, hemos recibido en nuestras carteleras películas tan logradas y exitosas como Celda 211, Los Ojos de Julia, El Cuerpo, Buried (Enterrado), No habrá paz para los malvados, Mientras duermes, Hijo de Caín, El Desconocido o La Isla Mínima, entre muchas otras. Lo que estas obras tienen en común es que, ante todo, son obras con una cinematografía muy cuidada, una notable atención por el detalle por parte de sus autores, un trabajo actoral muy destacable y, finalmente pero no menos importante, un tratamiento visual y narrativo mucho más cercanos al cine extranjero que a la sensibilidad patria.
Personalmente, mis
expectativas eran altas hacia lo nuevo del cineasta barcelonés Kike
Maíllo. Pese a que ese branded content nada encubierto que
fue el mediometraje Tú y yo (2014) me desagradó
profundamente, principalmente por ser un videoclip de una hora a
mayor gloria de David Bisbal, su opera prima Eva (2011) es un
film interesante, visualmente logrado (especialmente en todo lo
relativo a la cinematografía y a un exquisito trabajo de
posproducción) y con ideas resaltables. Además, las primeras
noticias que se filtraron sobre Toro (2016), así como los
primeros trailers y avances, resultaban prometedores.
Así pues, ¿ha
satisfecho mis expectativas el segundo largometraje de Maíllo? Sí y
no.
Pero comencemos por
lo básico: el argumento. En este caso, se trata de una trama
sencilla de comprender y de seguir: Toro (Mario Casas) es un sicario
que trabaja para el peligroso Romano (José Sacristán) junto a sus
dos hermanos, entre ellos el truhán López (Luis Tosar). Toro quiere
dejar el negocio, pero acaba con sus huesos en la cárcel. Cinco años
después, una serie de acontecimientos ponen en peligro a López y a
su hija Diana (Claudia Vega), cosa que trastoca la reinserción de
Toro y su pacífica vida con su novia (Ingrid García Jonsson). A
partir de ahí, comienza un trepidante juego del gato y el ratón
entre el malvado Romano y Toro y López.
Todo esto es un
esquema de lo más clásico, mil veces visto en anteriores thrillers
de acción de todas las procedencias. En ese sentido, cumple y da lo
que promete: una cinta de intrigas, traiciones y persecuciones de lo
más formulaica. No obstante, quien quiera algo más que esto
quedará, en mi opinión, decepcionado. Y es que más allá de una
primera escena brillante, que capta la atención del espectador
inmediatamente, y de un prólogo logrado a nivel de puesta en escena,
interacción entre personajes y presentación de un conflicto, la
película cae en territorio conocido. Eso sí, después de una
secuencia de títulos de créditos que, aunque muy lograda y vistosa,
resulta irrelevante e incluso chirría en el conjunto del film.
Parece un añadido, un parche más apropiado para una serie de
televisión que para un largometraje cinematográfico.
Kike Maíllo hace
cuanto puede por dar enjundia a un libreto que apuesta jugando sobre
seguro, potenciando una serie de elementos interesantes que la
historia contiene. El primero y más obvio de todos es que, ante
todo, más que una historia de dos hermanos reconciliándose y
conociéndose mejor en medio de un baño de sangre, y más que una
típica y tópica historia de vendetta personal, es una
tragedia griega en el más amplio de los sentidos. A fin de cuentas,
todos los elementos correspondientes a este género narrativo pueden
encontrarse en esta película: el oráculo, el personaje villanesco
que intenta burlar a su destino, profecías autocumplidas, relaciones
familiares de lo más tormentosas, un pasado que regresa para
atormentar y redimir al personaje protagonista…
Este enfoque
creativo, así como el peso que tiene la cultura sevillana en el look
and feel de la película, acaba siendo la tabla de salvación de
lo que podría haber acabado convirtiéndose en un film de lo más
mundano. Además, Maíllo acierta con el tempo de la trama: Toro
dura poco más de una hora y media, un metraje adecuado que se
agradece, ya que de haber sido más larga hubiera resultado pesada.
Esto permite al director imprimir un pulso firme, así como lograr
que el ritmo narrativo y el interés del espectador no decaigan en
prácticamente ningún momento, pese a las numerosas licencias
creativas que se toma el guión y que ponen en más de una ocasión
la credibilidad de la trama.
En cuanto al
reparto, esta película pertenece, sin lugar a dudas, a Tosar y a
Sacristán. Mientras que Tosar saca petróleo de un personaje que, en
manos de otro intérprete, hubiera resultado repulsivo, Sacristán se
deleita en toda la maldad del villano de la función. Ambos se comen
con patatas al protagonista, un Mario Casas que se limita a cumplir
con un aprobado raspado. Casas es un intérprete que ha demostrado, a
lo largo de su trayectoria, capacidad de evolución interpretativa,
así como un buen ojo a la hora de elegir roles y, sobre todo, muchas
ganas y esfuerzo. Precisamente por eso, y especialmente después de
su implicación demostrada en Palmeras en la nieve (2015),
sorprende verle tan desganado en un personaje tan atormentado como es
el de Toro. Así pues, desperdicia la mayor parte de sus momentos
emotivos, manteniéndose en un molesto piloto automático que resta
verdad y carisma a su personaje.
Por otro lado, hay
ocasionales secundarios que brillan, como el sicario Ginés (José
Manuel Poga) o la vidente La Tita (Luichi Macías), mientras que
otros resultan algo deslucidos, no tanto por sus intérpretes sino
por el escaso peso que tienen en el desarrollo de la trama. Tal es el
caso de dos personajes femeninos, como son Estrella (la novia de
Toro) o Isabelita (Nya de la Rubia, a quien hemos visto recientemente
en Mar de Plástico). Huelga decir que Diana es un personaje muy
interesante, pero algo desperdiciado en última instancia, tanto por
el hecho de que la película no parece saber muy bien cómo encajarla
en la trama en alguna que otra escena, como por el hecho de que la
joven actriz Claudia Vega la interpreta de una manera demasiado
pasiva a mi parecer, incluso diríase que falta de pasión.
Y en lo referente al
apartado técnico, Toro da dos de cal y una de arena. Para que
nos entendamos: mientras que la dirección de Maíllo es competente
la mayor parte del tiempo, pierde bastante el norte en lo referente a
escenas automovilísticas, destacando (negativamente) en ese aspecto
una persecución rodada sin una buena planificación, con saltos de
eje, un montaje algo confuso, decisiones muy extrañas en cuanto a
encuadres utilizados, e incluso efectos un tanto casposos como
acelerar la imagen para que parezca que los coches van más
rápidamente. Este tipo de “fallos” denotan, o bien que el
presupuesto fue tan ajustado o el rodaje tan accidentado que no
tuvieron opción para rodar en mejores condiciones este tipo de set
pieces, o bien que a Maíllo todavía le quedan unos cuantos
proyectos para coger mayor soltura en lo que a dirección de acción
se refiere.
No obstante, la
dirección de fotografía de Arnau Valls Colomer es sencillamente
ejemplar, con un tratamiento del color de lo más expresivo. Esta
cinematografía aporta un mayor valor añadido al film, e incluso
contribuye a mejorar determinadas escenas a nivel dramático. Además,
el montaje, aunque no perfecto (especialmente en lo relativo a
escenas más trepidantes), imprime al film de un ritmo sostenido y
muy entretenido. Por otro lado, la banda sonora de Joe Crepúsculo no
está carente de virtudes, pero acaba resultando pesada y un tanto
repetitiva.
En conclusión, Toro es un pasatiempo de lo más correcto,
bien ejecutado pero poco memorable. He echado muy en falta un mayor
riesgo, una mayor ambición por aportar algo nuevo y distintivo al
género al que pertenece. La nueva propuesta de Kike Maíllo es
entretenida y competente, pero queda lastrada por un libreto al que
le han faltado una o dos revisiones, así como por el afán de querer
rodar un producto de consumo agradable pero que no deja una impronta
perdurable. Aun así, es una buena opción para los/las amantes del
cine de género español.
LO MEJOR: Luis Tosar
disfrutando de su personaje como un condenado, y José Sacristán
componiendo un villano ejemplar, intimidante y peculiar al mismo
tiempo; la intachable dirección de fotografía; el tratamiento que
Maíllo imprime a la película, entre la tragedia griega, el
spaghetti western, el thriller setentero y la intriga
coreana, todo esto sin perder de vista el folklore sevillano y toda
la idiosincrasia que le rodea;
LO PEOR: La
constante sensación de “Esta película ya la he visto mil
veces” que desprende esta obra durante casi todo su metraje; el
hecho de que entretiene y cumple, pero no destaca; que Mario Casas se
pase la inmensa mayoría de sus escenas en piloto automático;
ciertos errores en la planificación de Maíllo en las escenas de
acción; y unas cuantas licencias que se toma el guión para salir de
ciertos callejones sin salida.
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