Título: Isla de perros
Título original: Isle of dogs
Dirección: Wes Anderson
País: Estados Unidos
Actores: Animación
Año: 2018
Duración: 101'
Crítico colaborador: David Hidalgo
Es una tarea harto difícil encontrar cineastas con un imaginario tan particular como el de Wes Anderson. Uno de los máximos representantes del cine indie norteamericano contemporáneo, su estilo bebe, en cierta medida, de la obsesiva simetría visual de directores como Ozu o Kubrick, mezclado con la estructura capitular de las cintas de Tarantino, pasando por ciertos temas e inquietudes ya tratados anteriormente por narradores como John Hughes: la soledad, el paso del tiempo, el relevo generacional, cómo mantenerse genuino en un mundo que solo tolera lo convencional…. Todo ello, pasado por un filtro único y personal, que le ha permitido consolidarse ante crítica y público como un artista polifacético, capaz de alternar entre cine de imagen real y películas de animación stop motion.
Y
es, precisamente con esta última técnica, con la que Anderson nos
regaló una joya en 2009: Fantastic Mr. Fox, que adaptaba un
texto de Roald Dahl. El hecho de usar la técnica de la animación
artesanal fotograma a fotograma no fue casual, ni tampoco una mera
triquiñuela estilística: el stop motion le permitía
controlar al máximo cada encuadre, de una forma que en el cine de
imagen real nunca es del todo factible. Además, otorgaba a su cinta,
no solo una estética y una textura memorables, sino que además le
permitía disponer de la siempre agradecida licencia de romper con la
siempre temida suspensión de incredulidad asociada al cine de imagen
real. Dicho de otro modo: ¡en el cine de animación stop motion,
todo es posible!
Es
fundamental recordar esta premisa, porque este director la lleva
todavía más lejos en su último trabajo, Isle of Dogs. Ya
desde su épico y, al mismo tiempo, hilarante prólogo, acompañado
por un texto que no duda en romper descaradamente la barrera entre
cinta y espectador, Anderson nos avisa de que ésta no va a ser una
historia convencional. ¡Y vaya que lo mantiene en todo momento!
Isle
of Dogs es una película, desde luego no rompedora, pero tampoco
fácil. Demasiado bizarra para el espectador más rutinario,
demasiado orientalizada para quienes esperen una historia más
conectada a lo que se supone que debe ser una cinta norteamericana,
tal vez demasiado violenta para los más pequeños e incluso, con el
riesgo de que los espectadores adultos decidan no ir a verla por ser
de animación. Y, sin embargo, ¡todo aquel que le dé una
oportunidad saldrá de lo más satisfecho!
Porque
esta cinta es efectiva a muchos niveles. En lo narrativo, se permite
combinar de forma ágil géneros tan dispares como el cine de
aventuras, la comedia, el drama, la intriga política, las cintas de
mafia e incluso la épica samurái, todo ello pasado por muchas
referencias a la cultura nipona y a guiños culturales de todo tipo
(atentos a los nombres de ciertos personajes), así como por
numerosos cambios emocionales. De hecho, no pocas veces se pasa de un
momento cargado de humor negro a una escena dramática, para después
dar paso a un momento entrañable. A esto ayuda considerablemente el
evidente mimo y perfeccionismo que desprende cada fotograma de este
film, así como el excelente trabajo vocal que realiza el estelar
reparto, con nombres como Bryan Cranston, Edward Norton, Scarlett
Johansson o Frances McDormand poniendo voz a algunos de los
personajes.
Por
otro lado, su apartado técnico es apabullante, con un planteamiento
visual reminiscente a la obra de Akira Kurosawa e incluso de Isao
Takahata pero sin perder jamás las señas de identidad ni los
referentes del cine de Anderson. En lo sonoro, la película cumple
con mucha solvencia, con un diseño de sonido atmosférico y
envolvente, así como una (por no romper su tradición) maravillosa
banda sonora cortesía de Alexandre Desplat. Este compositor francés,
ya habitual colaborador de Anderson y ganador de muchos merecidísimos
galardones, nos deleita con una composición que alterna entre ritmos
trepidantes y percusivos, con sonidos de viento que oscilan entre el
humor cotidiano y el propósito de realzar la emoción contenida en
cada pequeño momento.
También
es reseñable que Anderson haya introducido claros elementos
filosóficos en su obra. Por un lado, hay un claro discurso
antiautoritario, donde se señalan los peligros y las consecuencias
de que los votantes se crean los discursos demagógicos y
totalitarios de cierta clase política. Además, en su estructura
discursiva también se puede hallar cierto animalismo, así como un
poderoso mensaje acerca del amor, de la familia, de la amistad y de
cómo podemos crecernos ante las adversidades, ya que vale mucho la
pena luchar por aquello que es justo. Eso sí, no esperéis que la
cinta os aleccione: ante todo, su propósito es contar una buena
historia de la forma más entretenida posible, y los mensajes se
transmiten de forma sutil para quienes quieran verlos, en la mejor
tradición del buen séptimo arte.
Si
tuviera que ponerle un pero a esta obra, quizás le achacaría un
tratamiento algo simplista de algunos personajes secundarios, así
como un clímax algo precipitado, que se resuelve con simpatía y
efectividad pero de una forma un tanto ramplona. Con todo, es una
cinta con la que me he deleitado en lo sensorial, que me ha mantenido
interesado e involucrado emocionalmente en todo momento, y con la
que, en definitiva, he gozado de cada segundo. Sus 105 minutos se me
han pasado volando, y siempre es de agradecer recibir una propuesta
tan poco convencional como ésta en carteleras. Isle of Dogs
vuelve a reafirmar por qué Wes Anderson es, desde hace mucho, uno de
mis cineastas favoritos, y ya estoy esperando con mucho interés a
saber qué nos ofrecerá en un futuro, ¡espero que cercano!